ABC.es | Nadie desconoce que el inconmensurable
poder del que dispuso Hitler no tuvo parangón durante varios años. Al
mando de sus soldados, sembró el terror en todos aquellos que se
atrevían a desafiarle. Sin embargo, lo que es menos recordado es que el
mandatario nazi sentía una obsesión enfermiza por las reliquias debido a
que, según pensaba, su poder le ayudaba a mantener en alza su imperio.
Entre otros, uno de los objetos que deseaba tener
entre sus manos era la Lanza de Longinos, el arma que un soldado romano
clavó a Jesucristo en la cruz y cuya leyenda afirmaba que su poseedor no
perdería jamás una batalla
Este artefacto, también conocido como «La Lanza del
Destino», no fue el único objeto que Adolf Hitler trató desesperadamente
de encontrar, sino que en su lista también se encontraban reliquias de
tal calibre como el Arca de la Alianza o el Santo Grial. Sin duda, las
obsesiones del líder alemán parecen más bien propias de un guión de las
populares películas de «Indiana Jones».
¿Qué se sabe de la lanza?
Lo que se sabe de la lanza viene otorgado por los
evangelios, como bien explica el periodista e historiador Jesús
Hernández en su libro «Enigmas y misterios de la II Guerra Mundial» (el
cual presenta en su blog). «La primera referencia es, lógicamente, la
que aparece en la Biblia. Según el Evangelio de San Juan -el único
escrito por un coetáneo de Jesús-, un soldado romano atravesó su cuerpo
con unalanza para certificar su muerte».
Y es que, al ser viernes, era necesario que los
presos murieran rápidamente en la cruz para así evitar que agonizaran
durante el sábado (día sagrado para los judíos). Por ello, los romanos
quebraron las piernas de los dos crucificados junto a Jesús para
asegurarse de que morían en un corto período de tiempo. Sin embargo, al
llegar a Cristo, y como le vieron aparentemente muerto, le clavaron una
lanza para certificar su fallecimiento.
Concretamente, y según San Juan: «Fueron pues, los
soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con
él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron
las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una
lanza y al instante salió sangre y agua», (Capítulo 19, versículos
32-34).
Según varios evangelios, este soldado era un
Centurión romano. «Se especifica que su nombre era Cayo Casio Longinos y
que sufría una ceguera parcial que casi no le permitía ver. Pero la
sangre de Jesús que le salpicó a los ojos cuando le clavó la Lanza obró
un milagro, recuperando la vista en ese justo momento. El agradecido
Longinos decidió convertirse al cristianismo», sentencia el historiador.
A partir de este episodio, el paradero de la lanza se perdió de forma
oficial.
La lanza en manos nazis
Sin embargo, lo que realmente atrajo a Adolf Hitler
de este objeto fue precisamente la historia más desconocida y la leyenda
que acompañaba a la reliquia, la cual afirmaba que «quien la sostenga
en sus manos, sostendrá, para bien o para mal, el destino del mundo».
Sin duda, la posibilidad de poder tener a sus pies a toda la humanidad
gracias a «La Lanza del destino» no pasó desapercibida para el líder
nazi, para el que todas las ayudas militares eran pocas.
Hitler, había leído de hecho todas las leyendas
conocidas sobre la lanza, la mayoría de las cuales atribuían un
inconmensurable poder a su poseedor. Sin embargo, y según cuentan otras
versiones, el artefacto tenía también una terrible maldición, pues el
que se separaba de ella solía sufrir la más amarga de las derrotas en
combate o incluso la muerte.
«La tradición afirma que en el año 732 el general
Carlos Martel la sostuvo cuando derrotó a los árabes en la batalla de
Poitiers. El propio Carlomagno, nieto de Carlos Martel, combatiría en un
total de 47 batallas sin conocer nunca la derrota, pero murió poco
después de que la reliquia se le cayese accidentalmente», explica en su
libro Hernández.
Sin embargo, no fue el único. «Lo mismo le sucedería
a Federico I Barbarroja al partir hacia Jerusalén durante la Tercera
Cruzada; cuando se disponía a vadear un río en la actual Turquía cometió
el error de dejar caer la Lanza. Poco después cayó al río y se ahogó»
sentencia el experto. A pesar de todo, los nazis no dejarían escapar el
poder que les podría otorgar esta reliquia que finalmente, y gracias al
destino, acabó presuntamente en Viena.
La obsesión de Hitler
Hitler malvivía de joven vendiendo cuadros
Según narra Hernández en su libro, Hitler dio con la
lanza por casualidad en 1912, cuando no era más que un pintor fracasado
que intentaba malvender sus acuarelas por los cafés de Viena. «Su
futuro artístico se le mostraba incierto, al haber suspendido el examen
de ingreso para la escuela de Bellas Artes. Su futuro personal tampoco
era demasiado halagüeño; malvivía en pensiones y residencias, y sólo con
suerte conseguía comer una vez al día», determina el historiador.
Un día, el joven Adolf (de tan sólo 23 años) no tuvo
más remedio que entrar en el conocido museo del Palacio Hofburg para
refugiarse de una fuerte tormenta, y allí hallaría su destino.
«Deambulando por las salas, centró su atención en un objeto singular;
sobre un manto de terciopelo rojo se le ofrecía la visión de una
reliquia cristiana de gran poder místico perteneciente al tesoro
imperial de los Habsburgo: la Lanza de Longinos».
«Se trataba de una punta de hierro de poco más de
cincuenta centímetros de largo. La hoja estaba partida y presentaba una
reparación con un alambre de plata. En el centro podía apreciarse la
cabeza de un clavo y una banda de oro con la inscripción Lancea et
Clavus Dominus (la lanza y el clavo del Señor). En su base se observaban
unas pequeñas cruces de bronce», explica el periodista.
Hitler quedó fascinado por el objeto y se obsesionó
con su historia, la cual investigó junto a su entonces gran amigo Walter
Johannes Stein. «Ambos se enfrascarían en el estudio de los poderes
mágicos que aquel objeto atesoraba», determina el periodista.
Según destacaría Stein posteriormente, Hitler le
explicó sus obsesiones y él no pudo más que quedarse asombrado con la
enorme ambición del joven Adolf. «Hitler estaba convencido de que tenía
un alto designio que cumplir. La posesión de la Lanza sagrada podía ser
el instrumento necesario para hacerlo realidad. El experto en ocultismo
no tomó demasiado en serio a aquel artista fracasado, pero años más
tarde aquellos delirios de grandeza se harían tristemente realidad»,
expresa el experto.
El «robo» de la lanza
Veintiséis años después, en 1938, Hitler ya se había
convertido en el líder del nazismo y de toda Alemania tras subir al
poder democráticamente. Sin embargo, y a medida que su poder iba
aumentando, sentía una necesidad cada vez mayor de poseer la Lanza del
Destino. «Ahora entraba triunfante en Viena, la ciudad en la que había
vivido como un vagabundo, una vez que el Tercer Reich se había
anexionado Austria», destaca Hernández en su libro.
«En la tarde del 14 de marzo de 1938, Hitler entraba
acompañado del jefe de las SS, Heinrich Himmler, con quien compartía
aunque en menor medida el interés por el ocultismo, en el Palacio
Hofburg», destaca Hernández. El deseo del líder nazi estaba a punto de
hacerse realidad.
«El Führer se dirigió directamente a la sala en
donde se custodiaba la deseada Lanza. Himmler salió de la sala, dejando a
solas a Hitler con la mítica reliquia. Allí permaneció más de una hora,
ensimismado en sus pensamientos delirantes, alimentados por la visión
de la Lanza que ya estaba en su poder. Su sueño megalomaníaco se había
cumplido», apunta Hernández en su libro.
En cambio, Hitler todavía necesitaba llevarse la
lanza del museo sin que pareciera un robo a Viena. Para ello tuvo una
curiosa idea: «Para darle una apariencia legal, la confiscación se
ejecutaría en respuesta a la petición oficial realizada en Berlín por el
burgomaestre de Nuremberg, Willy Liebel, para que el tesoro regresase a
la ciudad que lo acogió antes de ser enviado a Viena», determina el
historiador.
Tras conseguir su objetivo, ahora los nazis debían
proteger la lanza hasta que llegara a Alemania junto a las 31 piezas del
tesoro austríaco que habían robado. Tardaron nada menos que cinco meses
en preparar el viaje. «Se requirió el empleo de un tren blindado,
especialmente preparado para el traslado del valioso tesoro y que
contaba incluso con aire acondicionado. El 29 de agosto el producto del
saqueo nazi salió de la estación Oeste de Viena en el más absoluto
secreto. Fue transportado hasta Nuremberg en el tren especial, siendo
escoltado en todo momento por tropas de las SS», señala Hernández.
El gran número de molestias que se tomó Hitler deja
claro el aprecio que le tenía a esta reliquia y el temor que le
suscitaba que pudiera ser robada. «Al día siguiente las joyas quedarían
depositadas en la iglesia de Santa Catalina. Allí las recibió con todos
los honores el burgomaestre. Más tarde se construirían diez vitrinas
especiales para exponer al público las joyas, incluyendo la Lanza.»,
destaca el periodista.
La locura de Hitler
El nazi creía que la lanza le había pertenecido en una vida anterior
Con su preciado tesoro ya en Alemania, el líder nazi
se sentía más que satisfecho. Sin embargo, no veía la lanza como una
mera reliquia, sino que sentía una atracción especial hacia ella que
sobrepasaba los límites de la razón. «El Führer estaba convencido de que
le había pertenecido en una vida anterior. Según confesó a Stein, 'la
Lanza contenía algún tipo de revelación mística, como si en algún siglo
anterior ya la hubiera sostenido en mis manos'», sentencia el experto.
Pero no sólo eso, Hitler también tenía ensoñaciones
en las que creía ser la reencarnación de un señor feudal del S IX. «Se
refería a un personaje llamadoLandulfo II de Capua, que fue excomulgado
por el papa por sus conocimientos sobre magia, y que se mostró también
fascinado por el poder que emanaba de la Lanza», destaca Hernández.
Sin duda, su obsesión por el artefacto no era ni
mucho menos normal. En cambio, Jesús Hernández tiene su propia teoría
sobre este hecho: «Lo más probable es que su obsesión por el arma
naciese, no tanto por un recuerdo de su vida anterior, sino por su
desmedida pasión por las óperas wagnerianas. Su favorita era Parsifal,
en donde la leyenda de la Lanza sagrada -o la Heilige Lance en alemán-
tenía un papel central, junto al Santo Grial»
Nunca sabremos si el poder que Hitler le atribuía al
artefacto era real, pero lo que sí es cierto es que durante muchos años
sus tropas fueron prácticamente invencibles. Allí donde combatieran,
sus tanques (Panzers) no tenían rival y sus soldados arrasaban la tierra
por la que pasaban. ¿Sería cosa de la lanza?.
Los americanos y la lanza
Sin embargo, y como bien apunta el historiador, su
poder debió remitir a partir de 1942, pues las tropas alemanas tuvieron
que retirarse en la mayoría de los frentes. «Por esa época la Lanza ya
había dejado de estar expuesta al público y permanecía empaquetada en un
refugio antiaéreo excavado en la roca y situado bajo el castillo de
Kaiserburg, en Nuremberg», señala Hernández.
Su estancia en el refugio sería breve. «El 31 de
marzo de 1945, ante el avance de las tropas aliadas por territorio
germano, Liebel creyó que el refugio no ofrecía suficiente protección y
decidió guardar las piezas más valiosas –entre las que figuraba la
Lanza- en cajas de cobre soldadas, que fueron depositadas en una
recámara del búnker de la Panier Platz, procediendo luego a tapiar la
entrada», sentencia el experto.
Los americanos finalmente consiguieron arrebatar el tesoro a Hitler
Pero por mucho que hicieran los alemanes, el destino
de la lanza estaba más que sellado, ya que, por estas fechas, Berlín se
encontraba sitiada por los aliados, entre los que se encontraba la
veterana división Thunderbird, que durante cuatro días combatió contra
22.000 miembros de las SS dispuestos a morir por defender la ciudad
Una vez que se tomó Berlín, le tocaba a los
americanos descubrir donde se encontraban las piezas más valiosas de la
colección nazi, y ningún superviviente estaba dispuesto a dar
información. De hecho, la fuente más fidedigna, Liebel, había fallecido.
Los aliados encargaron la búsqueda a uno de sus
hombres más valiosos. «El teniente Walter H. Horn fue el encargado de
averiguar el paradero de la parte más importante del tesoro de los
Habsburgo. Horn no lo tuvo nada fácil; las versiones de lo ocurrido
arrojadas por los interrogatorios eran en su mayoría contradictorias»,
señala el experto.
Pero, tras muchos interrogatorios, el oficial
descubrió donde se encontraba las joyas de manos del doctor Fries, un
funcionario nazi. «El 7 de agosto de 1945, los norteamericanos se
introdujeron en el interior del refugio antiaéreo de Paniers Platz. Una
vez allí, Fries indicó el punto en el que debía derribarse la pared de
ladrillo». Lo habían conseguido, habían arrebatado el tesoro a Hitler, y
lo habían hecho tres meses después de que el líder nazi se suicidara.
Un mito destruido
La versión de Hernández contradice radicalmente la
expuesta por algunos historiadores, que afirman que fue justo en el
momento en que la lanza fue robada cuando Hitler se disparó en la boca.
Este hecho, añadiría más misterio aún a la supuesta maldición que
perseguía a esta reliquia, pero el periodista lo considera inverosímil.
«No hay duda de que este espectacular desenlace de
la Segunda Guerra Mundial merecería ser cierto, pero hay que ceñirse a
la realidad histórica y dejar constancia, para decepción de los
aficionados al ocultismo, que ese hecho no se produjo hasta mucho
después de la muerte del Führer» destaca el historiador.
Pero la historia del artefacto aún no se había
acabado, pues, a pesar de que los norteamericanos se comprometieron a
enviar la lanza a sus legítimos dueños en Austria, apareció en Los
Ángeles un año después. Además, el misterio aumentaba, pues el museo de
Viena tenía también una similar.
«Las fuerzas de ocupación norteamericanas en Austria
quedaron en una situación muy incómoda, a la espera de una
investigación para saber si el tesoro hallado en Los Angeles era
auténtico y, por lo tanto, las joyas que habían guardado eran una
falsificación», afirma el historiador.
«Sorprendentemente, la comprobación no llegaría
hasta casi un año después; en 1946 se abrieron por fin las cajas que
contenían las piezas del tesoro en Austria y se compararon con las
fotografías que se habían enviado desde Estados Unidos. Como no podía
ser de otro modo, los funcionarios encargados del estudio llegaron a la
conclusión de que las piezas verdaderas eran las que se encontraban en
Viena», determina Hernández. A pesar de todo, nunca sabremos donde se
encuentra realmente la lanza o si este arma de Viena es la que fue usada
para atravesar a Cristo pues existen tres artefactos más que podrían
tener el honor de ser el auténtico. Sin duda, es imposible quedarse sin
dudas.fuente:www.lagacetacristiana.org
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